sábado, 6 de marzo de 2021

Interpretación, sujetos y hechos de la historia contemporánea

 Identifica las distintas interpretaciones acerca del lanzamiento de la Bomba atómica.



Léelos con atención e identifica la procedencia del texto: 1-¿Se trata de una nota periodística o de un libro de historia? ¿Quién es el autor? ¿Cuándo fue publicado el texto?

escribe texto 1 y responde, texto 2 y así con los 5 textos

2- Los textos 3,4 y5 manifiestan distintas interpretaciones sobre los motivos que llevaron a Estados Unidos de América a lanzar las bombas atómicas, así como sobre los cambios que propiciaron a largo plazo. Anota la interpretación de cada autor para que puedas compararlas al final.

Texto1

Washington, 6.- La bomba atómica es una realidad. El presidente Truman ha anunciado por mediación de la Casa Blanca que la bomba atómica ha sido utilizada por primera vez contra el Japón con una potencia igual a veinte mil toneladas de trinitrotolueno. Su poder explosivo es superior en dos mil veces al de la bomba británica “revienta manzanas”, de 10.000 kilogramos, que era hasta ahora la de mayor potencia.

La declaración presidencial añade que la nueva bomba está ya en producción y que se están preparando proyectiles todavía más potentes. “La bomba atómica –afirma la declaración- es la utilización del poder básico del universo. La primera bomba ha sido arrojada sobre la base japonesa de Hiroshima.”

[…] Truman añade que el uso de la bomba atómica significa que Estados Unidos está preparado para aniquilar con más rapidez y eficacia todas las empresas productoras que el Japón tiene sobre la superficie. “Estamos decididos –subraya- a destruir por completo el poderío japonés para hacer la guerra y con el objeto de ahorrar al pueblo la destrucción total, se dio en Potsdam el ultimátum del 26 de julio. Sus dirigentes lo rechazaron. Si no aceptan ahora nuestras condiciones verán cómo la ruina llueve del aire en proporciones jamás conocidas. Tras este ataque, seguirán nuestras fuerzas de tierra y mar con un número y potencia que todavía no han visto y con una capacidad combativa que ya conocen muy bien.”

Fuente: La Vanguardia Española, 7 de agosto de 1945, p. 6

Texto2

Guam, 10.- La segunda bomba atómica, arrojada sobre Nagasaki, ha causado gravísimos daños, aunque todavía no se pueden apreciar detalles, ya que la ciudad se encuentra aún cubierta por una espesa nube de humo, declara un comunicado oficial. Las fotografías tomadas seis horas después del ataque –añade el parte- muestran que las columnas de humo se elevaban entonces a una altura de seis kilómetros, pudiendo distinguirse algunos de los incendios. –EFE.

Fuente: La Vanguardia Española, 11 de agosto de 1945, p. 6.

Texto 3

El 6 de agosto se arrojó una bomba sobre Hiroshima y el 9 otra sobre Nagasaki. El gobierno japonés ya había estado considerando la posibilidad de llegar a una paz negociada, a la que los jefes militares se oponían aduciendo que era mejor entablar las negociaciones después de que los americanos hubieran comenzado la invasión; en este caso (al menos así lo esperaban) los americanos tendrían que matizar su petición de una rendición incondicional ante las pérdidas que los japoneses pensaban infligir a los invasores. La bomba nuclear vino a reforzar la postura de los políticos civiles; el emperador –en contra de los militares- y el gobierno japonés (por una estrecha mayoría), decidieron rendirse […] Los ataques nucleares provocaron más de 70.000 muertos en Hiroshima y unos 35.000 en Nagasaki; el ataque contra Nagasaki probablemente no está justificado en absoluto. Según la terrible aritmética de la guerra, el empleo de la bomba estaba justificado: de no haberse producido, Japón probablemente no se habría rendido hasta que la aviación de los Estados Unidos hubiera matado a más japoneses aún y, posiblemente, hasta que la invasión hubiera causado a las tropas americanas y japonesas un número de bajas aún mayor. El empleo de la bomba atómica puso de manifiesto la posibilidad de que pronto la humanidad sería capaz de destruirse a sí misma: el mundo contemporáneo había comenzado.

Fuente: Parker, R. A. C. (2000). El siglo XX. Europa 1918-1945.
México: Siglo XXI editores. 403-404.

Texto 4

Con el bombardeo de ciudades japonesas, continuaba la estrategia de bombardeos de saturación para destruir la moral de los civiles; una noche, un bombardeo sobre Tokio se cobró ochenta mil vidas. Más tarde, el 6 de agosto de 1945, apareció el solitario avión americano en el cielo de Hiroshima. Lanzó la primera bomba atómica, que mató a unos cien mil japoneses y dejó decenas de miles muriendo lentamente por los efectos de la radiación. La bomba también mató a doce aviadores americanos que estaban en las cárceles de Hiroshima, un hecho que el gobierno norteamericano jamás ha admitido oficialmente. Tres días después, lanzaron sobre la ciudad de Nagasaki una segunda bomba atómica, que mató a unas 50 000 personas.

La justificación ofrecida para tales atrocidades era que las bombas atómicas acabarían rápidamente con la guerra y no sería necesario invadir Japón. El gobierno norteamericano decía que dicha invasión costaría un enorme número de vidas –un millón, según el secretario de Estado, Byrnes […] Estos cálculos de las bajas en caso de invasión se los sacaron de la manga para justificar las bombas sobre Japón, que a medida que se iban conociendo sus efectos, horrorizaban cada vez a más gente.

[…] Si los norteamericanos no hubieran insistido en la rendición incondicional, es decir si hubieran querido aceptar como condición para la rendición que el emperador –una figura sagrada para los japoneses- continuara donde estaba, los japoneses habrían aceptado parar la guerra.

¿Por qué Estados Unidos no dio ese pequeño paso para salvar vidas, tanto americanas como japonesas? ¿Era porque habían invertido demasiado dinero y esfuerzo en la bomba atómica como para no lanzarla? ¿O era –como ha sugerido el científico británico P.M.S. Blackett (en su libro Fear, War, and the Bomb)- que Estados Unidos ansiaba lanzar las bombas  antes de que los rusos entraran en la guerra contra Japón?

Los rusos (que oficialmente no estaban en guerra con Japón) habían acordado secretamente que entrarían en guerra noventa días después del fin de la guerra europea. Ese día resultó ser el 8 de marzo, de tal forma que el 8 de agosto, se esperaba que los rusos declararan la guerra a Japón. Pero para entonces, ya habría que haber lanzado la gran bomba y, al día siguiente, la segunda en Nagasaki. Japón se rendiría así ante Estados Unidos, no ante Rusia. Estados Unidos sería quien ocupara el Japón de la posguerra.

Fuente: Zinn, H. (2008). La otra historia de los Estados Unidos,
México: Siglo XXI editores. 313-315.

Texto 5

Ahora está claro que el lanzamiento de las bombas atómicas en 1945 marcó un momento decisivo en la historia militar del mundo, tanto que uno pone en duda la viabilidad de la Humanidad si un día se produjese una guerra con armas nucleares entre las grandes potencias. Sin embargo, en el contexto de las campañas de 1945, no fue más que uno de una serie de instrumentos militares que podían emplear los Estados Unidos para obligar al Japón a rendirse. La triunfal campaña submarina norteamericana amenazaba con matar de hambre al Japón; los enjambres de bombarderos “B-29” estaban reduciendo a cenizas sus pueblos y ciudades (la “incursión” sobre Tokio de 9 de marzo de 1945, causó, aproximadamente, 185.000 víctimas y destruyó 267.000 edificios), y los planificadores norteamericanos y sus aliados estaban preparando una invasión masiva de las islas japonesas propiamente dichas. Los complejos motivos que, a pesar de ciertas reservas, llevaron a tomar la decisión de lanzar la bomba –el deseo de salvar vidas aliadas, la intención de hacer una advertencia a Stalin, la necesidad de justificar los enormes gastos del proyecto atómico- son todavía hoy objeto de debate […] La devastación infligida a Hiroshima, junto con la caída de Berlín en manos del Ejército Rojo, no sólo simbolizaron el final de otra guerra, sino que marcaron también el principio de un orden nuevo en los asuntos mundiales.

Fuente: Kennedy, P. (1989). Auge y caída de las grandes potencias.
Barcelona: Editorial Plaza y Janés, 442.

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