Las
relaciones con Estados Unidos y América Latina
Entre
1939 y 1941, el gobierno de los Estados Unidos desarrollo intensas
gestiones diplomáticas en América Latina con el objetivo de
lograr la neutralidad de los países de la región en la
guerra y asegura la protección de la paz en el hemisferio
occidental.
En la Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores americanos celebrada en Panamá en setiembre de 1939, por iniciativa del representante de Estados Unidos, se decidió el establecimiento de un Comité Asesor Interamericanos Económico y Financiero (CAIAFE). El mismo creó a su vez una Comisión Interamericana de Desarrollo para estimular el intercambio no competitivas a los Estados Unidos, el comercio interamericano y el desarrollo de la industria latinoamericana. En 1940 se establecieron una Compañía de Reserva de Caucho y una Compañía de Reserva de Metales para adquirir y almacenar materias primas estratégicas utilizadas en la producción de armas y municiones en América Latina y otras partes del mundo. También se creó un Banco de Exportaciones e importaciones que contó con el capitales estadounidenses y se convirtió en un instrumento de control por parte de Estados Unidos sobre las fuentes de materias primas sobre la región. El Banco otorgó un importante crédito a Brasil para construir una planta siderúrgica en Volta Redonda, proyecto que la empresa Alemana Krupp había mostrado interés en apoyar.
En la Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores americanos celebrada en Panamá en setiembre de 1939, por iniciativa del representante de Estados Unidos, se decidió el establecimiento de un Comité Asesor Interamericanos Económico y Financiero (CAIAFE). El mismo creó a su vez una Comisión Interamericana de Desarrollo para estimular el intercambio no competitivas a los Estados Unidos, el comercio interamericano y el desarrollo de la industria latinoamericana. En 1940 se establecieron una Compañía de Reserva de Caucho y una Compañía de Reserva de Metales para adquirir y almacenar materias primas estratégicas utilizadas en la producción de armas y municiones en América Latina y otras partes del mundo. También se creó un Banco de Exportaciones e importaciones que contó con el capitales estadounidenses y se convirtió en un instrumento de control por parte de Estados Unidos sobre las fuentes de materias primas sobre la región. El Banco otorgó un importante crédito a Brasil para construir una planta siderúrgica en Volta Redonda, proyecto que la empresa Alemana Krupp había mostrado interés en apoyar.
Después
del ataque de Japón contra la base Pearl Harbor, los Estados Unidos
se involucraron más directamente en el conflicto y exigieron a los
gobiernos latinoamericanos el apoyo a la causa de los Aliados. En la
Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores , celebrada el Río de
Janeiro en 1942, el representante estadounidense presionó para que
se tomara la decisión de romper relaciones diplomáticas con y
económicas con las potencias del Eje. Esta propuesta fue aceptada
por la mayoría de los Estados, con excepción de Argentina y Chile.
A
partir de entonces, los Estados Unidos aumentaron las compras de
insumos estratégicos a varios países latinoamericanos que habías
declarado la guerra a Alemania y facilitaron el otorgamiento de
créditos para la construcción de carreteras y para la adquisición
de equipos de transportes y maquinarias. En particular, dieron
prioridad especial a los requerimientos de bienes de capital para la
industria brasileña e impulsaron, a través de diferentes "convenios
de cooperación", el desarrollo de la industria siderúrgica
(hierro y acero) en Perú y en México.
Argentina
y Chile fueron los países que por más tiempo se negaron a declarar
la guerra al Eje y, por esta razón, sufrieron sanciones comerciales
y financieras. Sin embargo, Gran Bretaña intercedió a favor de
Argentina , ya que este último era el principal proveedor de
productos vitales para la continuidad de las acciones de las tropas
británicas en el frente _tales como carne enlatada para la
alimentación de los saldados, cuero para el mantenimiento de los
armamentos y aceite de linaza para el camuflaje_.
La
intervención de los Estados Unidos en las economías
latinoamericanas durante la Segunda Guerra Mundial tuvo efectos
contradictorios. Por un lado, su interés por mantener bajo su
control la producción de insumos estratégicos impulsó el
desarrollo de algunas industrias básicas. Pero, sin embargo, este
desarrollo no aumentó la autonomía latinoamericana; por el
contrario, significó un abrumador crecimiento de la influencia
estadounidense en la región.
Tras
el inicio de la Guerra Fría, la relación entre la superpotencia y
Latinoamérica cambió radicalmente. Los distintos gobiernos de la
región ya no serían evaluados según su adhesión a los principios
democráticos occidentales, sino más bien según su cercanía o
distancia del bloque soviético y su grado de sumisión a las
directrices norteamericanas. Estados Unidos propició la creación
del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR),
en 1947, y de la Organización
de Estados Americanos (OEA),
en 1948, con el fin de asegurarse la lealtad de los países de la
región en caso de alguna amenaza proveniente del mundo socialista.
Entre
1961 y 1970, Estados Unidos creó la Alianza
para el Progreso. Este
plan fue propuesto por el presidente John F. Kennedy como una forma
de ayuda económica y social para América Latina, siendo una
estrategia para contener la propagación de movimientos
revolucionarios en la región.
Texto
realizado gracias a datos de:
"Historia
del Mudo Contemporáneo", Alonso, Vázquez y Giavón. AIQUE,
Polimodal. Bs.As. 2005
"Historia,
Geografía y Ciencia Sociales"Editorial Santillana, Chile 2009
Situación
económica en el periodo 1950-1973
Al
comenzar la década de 1950, las economías de los países de América
Latina mostraban un comportamiento desigual. Tres naciones: México,
Brasil y Argentina —las más extensas y pobladas— habían
alcanzado un considerable grado de diversificación productiva y
poseían una industria en crecimiento, principalmente en las ramas
química, petroquímica, metalúrgica y de maquinaria; en seguida se
encontraban los países de nivel medio —Chile, Colombia, Perú,
Uruguay y Venezuela—, los cuales contaban con industria textil
además de una incipiente industria química y metalúrgica; por
último, en los restantes países de Centroamérica, las Antillas y
el Cono Sur, la industria no había avanzado más allá de la
producción de alimentos y tejidos, y todavía se mantenía a la
agricultura como su actividad principal.
El
proceso de industrialización mediante la sustitución de
importaciones, puesto en marcha por los países latinoamericanos, se
había originado como efecto de una situación de crisis económica
mundial, y pudo mantenerse durante un periodo prolongado debido en
gran parte a los conflictos económicos y políticos enfrentados por
Estados Unidos entre 1929 y 1953. Sin embargo, una vez terminada la
Guerra de Corea en 1954, Estados Unidos inició su recuperación
económica, pudo retomar su puesto hegemónico e imponer a los países
latinoamericanos nuevas formas de dependencia tanto en lo económico,
con inversiones en bienes de capital y exportación de insumos
industriales, como en lo político, presionando a los gobiernos del
continente a adherirse al bloque occidental en el contexto de la
Guerra Fría.
Al
restaurarse la economía de Estados Unidos cambiaron las
circunstancias político- económicas en el ámbito mundial, se
restableció el comercio entre Estados Unidos y las economías
europeas, lo cual provocó que las economías de los países
latinoamericanos más avanzados comenzaran a manifestar algunos
signos negativos, pues además de que en el comercio internacional se
dio una fuerte discriminación contra las exportaciones
latinoamericanas, cuando los estadounidenses estuvieron nuevamente en
condiciones de destinar fuertes inversiones hacia el sector
industrial al sur de sus fronteras, el modelo de crecimiento hacia
adentro se vio seriamente afectado.
En
el marco de la Alianza para el Progreso, creada por el presidente
Kennedy, entre 1961 y 1965 América Latina recibió de Estados Unidos
inversiones de capital por un promedio de 1,600 millones de dólares
(mdd) anuales, cantidad aumentada hasta 2,600 mdd entre 1966 y 1970,
y a 7,600 mdd entre 1971 y 1975. El financiamiento externo permitió
que las economías industriales latinoamericanas mantuvieran un ritmo
de crecimiento estable, que en los años de 1960 representó el 5.6%
y en la década de 1970 llegó a un 5.9%. El crédito externo ayudó
también a solucionar de momento los déficits presupuestales de los
gobiernos, causados no sólo por las políticas proteccionistas que
reducían la posibilidad de ingresos mediante el sistema de
impuestos, sino porque la creciente participación del Estado en las
actividades económicas provocaba un aumento del gasto público que
obligaba a buscar otras fuentes de ingreso. Pero esta vía de
solución provocó un creciente aumento de la deuda externa al grado
de que, a fin de pagar intereses a los acreedores, los países
tuvieron que recurrir a nuevos préstamos volviendo más severa la
situación de dependencia económica con respecto a Estados Unidos, y
generando un desequilibrio en la balanza de pagos de los países que
habían intentado el camino del desarrollo.
Como
medio de restaurar el equilibrio financiero, los gobiernos
latinoamericanos instauraron políticas económicas utilizando una
estrategia estabilizadora que consistió en reducir el gasto público
fijando precios y salarios en un intento por mantener, cuando menos,
aunque no consiguieran elevarse, los niveles de crecimiento logrados
hasta entonces. Estas políticas, que en algunos casos tuvieron éxito
a corto plazo (por ejemplo el “milagro mexicano” entre 1955 y
1965), a la postre desembocaron en drásticas devaluaciones y en una
inflación creciente que detuvo el ritmo del crecimiento económico y
derrumbó las expectativas de mejorar el nivel de vida de los
sectores sociales más desfavorecidos.
El
modelo de desarrollo económico hacía evidente su deterioro en
momentos en que el mundo occidental se convulsionaba con la rebelión
de la juventud estudiantil, lo cual se constituyó en expresión del
descontento político y social y, muy particularmente, dirigía su
protesta contra las viejas estructuras que no habían sabido
adecuarse a las circunstancias del mundo en transformación. Con
Francia como epicentro, la rebelión juvenil se manifestó en varios
países europeos, en Estados Unidos y en México. En este último, la
protesta juvenil tuvo un trágico desenlace al ser aplastada
brutalmente durante la llamada “Noche de Tlatelolco” (2 de
octubre de 1968) en la ciudad de México, cuando las autoridades
gubernamentales —bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz—
dispararon contra la multitud congregada en un mitin. La cifra
probable de muertos fue de más de 300 y los heridos sumaron miles,
así como las personas aprehendidas. La tremenda represión, ocurrida
días antes de que dieran comienzo los XIX Juegos Olímpicos, de los
que México era sede, caló profundamente en la sociedad mexicana y
obligó al siguiente gobierno a rectificar su papel frente a la
juventud; el régimen adoptó una posición de apertura democrática
que resultó ser más aparente que real.
Crisis
Además
de las condiciones adversas de la dependencia, en los países
industrializados de América Latina existían factores internos
derivados del mismo modelo de desarrollo. A lo largo del proceso, y
conforme fue creciendo la industria de manufactura con bienes
duraderos (industria pesada), se requirió de mayores insumos y de
tecnología más moderna que necesariamente debía adquirirse en el
exterior; se llegó a una situación en la que aumentaban
considerablemente las importaciones mientras disminuían las
exportaciones en variedad y en cantidad, lo que reducía la entrada
de divisas. Esto trajo como consecuencia que el sector exportador
volviera a concentrarse en productos tradicionales como el petróleo,
que constituyó a partir de entonces, principalmente para México y
Venezuela, la fuente proveedora de las divisas necesarias para la
importación de insumos. Eso creó una situación vulnerable que
tendría graves secuelas que se hicieron evidentes al ocurrir la
crisis del petróleo en 1973. De esta manera, el capital extranjero,
predominantemente estadounidense, llegó a dominar las áreas más
dinámicas de la economía latinoamericana en esta nueva etapa,
caracterizada fundamentalmente por el desarrollo de la industria de
transformación.
El
crecimiento de la deuda se manifestó con mayor claridad a partir de
la década de 1970, a causa del aumento en la importación de
capitales extranjeros para cubrir las necesidades financieras de los
programas de desarrollo. Durante esos años la banca internacional
estuvo particularmente interesada en otorgar créditos a los países
en vías de desarrollo, e incluso a algunos países socialistas, con
el fin de reducir la pobreza como parte de la estrategia
anticomunista característica de la Guerra Fría. Pero esta ayuda
financiera aumentó la carga de la deuda externa, la cual hizo crisis
en los primeros años de la década de 1980, la llamada década
perdida.
Fuente:"El
mundo moderno y contemporáneo", Gloria M. Delgado de Cantú,
2006
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